jueves, 29 de enero de 2009

Plan de Bolonia


CARMEN VELASCO Y JOSÉ ANTONIO TURÉGANO (Carta aparecida en el diario Público)

En los últimos diez años, el equipo interuniversitario que coordinamos ha desarrollado una metodología de evaluación continua y clases participativas, tal y como Bolonia pretende. Por este motivo, manifestamos nuestro asombro y malestar ante el maniqueísmo del reportaje “Bolonia
supera su primer examen”, [Público, 17 de enero], que presenta un cúmulo de simplezas y comentarios desafortunados de autoridades académicas. ¿Exageramos?: maniqueísmo, porque Público se alinea con la posición de otros diarios de superior tirada al presentar sólo una única
visión sobre este tema.

Acerca de las afirmaciones realizadas por las autoridades académicas, basta mencionar el titular de la crónica sobre la Universidad Pompeu Fabra (UPF): “El final de los tediosos apuntes”. Hace decenios que prácticamente todas las asignaturas disponen de textos propios o de otras universidades en librerías universitarias. Pero llega Bolonia y, cual mago con chistera, ha perfeccionado las clases que eran mediocres y aburridas.

Asimismo, en la entrevista a la vicerrectora de la Universidad Carlos III, Isabel Gutiérrez, nos disgusta la respuesta a la pregunta: “¿A qué atribuye las movilizaciones estudiantiles contra el plan?”. “En España, la gente está acostumbrada a no ir a clase y por eso protestan”. Sin comentarios. En nuestra opinión, la vicerrectora llega a decir que algún profesor ha manipulado a los alumnos. Además, desprecia su nivel crítico y no dice que el Ministerio de Educación contrata
a un especialista en elecciones –como en México, donde resultó ganador Felipe Calderón– para contrainformar sobre Bolonia y ayudar a periódicos y equipos universitarios a divulgar la buena nueva y acallar así todo pensamiento crítico.

Nos oponemos a Bolonia porque la reforma es mucho más de lo que parece. Un modelo de aprendizaje basado en la actividad continua del estudiantado exige una atención muy superior en instalaciones y profesorado a la existente, y esto no se cuantifica.

Además, no es ético sustituir cursos por másters que suponen costes disparados y se guían más por el currículo que por el contenido.

Y qué decir del tema de la calidad, la Universidad con criterios de empresa o la reiteración de que la Universidad está al servicio de la empresa. Estas propuestas arrasan con todo, pero se silencia
sistemáticamente el hecho de que el fin último de esta institución es el conocimiento y su análisis para crear nuevas ideas. De esta forma sirve a nuestra sociedad, a todos los ciudadanos, y no a la empresa, en indeterminado, porque sólo las empresas más fuertes pueden instrumentalizar –ya lo hacen– algo de todos, la Universidad, en beneficio de unos pocos, lo que traslada las ideas neoliberales de la economía a la educación.

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