Público // Francisco Michavila y Carlos Fernández Liria nos ofrecen dos puntos de vista enfrentados sobre el Plan de Bolonia para las universidades europeas
La Historia no se detiene
Francisco Michavila
Que la Historia no se detiene es una lección que no conviene olvidar. Aquellos que intentan paralizar el paso del tiempo se arriesgan a que los acontecimientos les superen. En muchos temas, ocurre de esta forma. Uno de ellos es el proceso de construcción de la universidad europea. Algunos desconfían de este cambio, otros no lo entienden, bastantes sienten miedo ante lo desconocido. Mercantilismo, privatización, intereses espurios son algunas de las etiquetas que se utilizan para descalificar la renovación universitaria en ciernes. Hay trampas escondidas detrás de estas posiciones o pereza mental.
Se critica del cambio universitario su deseo de prestar atención a las expectativas de empleo que genera el sector productivo. Desde la óptica del estudiante, esto no puede ser más rebatible. ¿Acaso los jóvenes, cuando eligen la carrera o se hallan en la aulas universitarias, no están preocupados por la salida laboral posterior? ¿No necesitan ganarse la vida luego o estamos hablando de señoritos con la vida resuelta?
Dicen otros que este interés por la adecuación de los estudios al trabajo posterior generará una pérdida de atractivo de las humanidades. Lo niego. Recuérdese el caso
norteamericano, donde las más variadas combinaciones de cursos de humanidades con otros de economía o tecnología son muy demandadas por los estudiantes.
También se argumenta en contra del cambio porque impedirá que haya estudiantes a tiempo parcial, a causa de la implantación de nuevas metodologías educativas.
Tampoco tiene esto sentido en la actualidad. Con los sistemas de enseñanza, presenciales, virtuales o semipresenciales, nada dificulta que cada ciudadano pueda elegir a la carta. Lo que importa es que los jóvenes reciban una educación activa, no una enseñanza memorística y de tipo enciclopedista.
Hacen falta más recursos, por supuesto. Se requiere una vigorosa política de becas y, también, de préstamos que completen las dotaciones actuales. Nuestra educación superior necesita más medios para ser mejor. Esto es así en todo caso, con la construcción del Espacio Europeo o sin él. Nada de lo que se anuncia para el futuro de las universidades prevé un ahorro de recursos o una reducción de inversiones, al contrario. Las reflexiones anteriores llevan a otra pregunta: ¿dónde están quienes deberían hacer este tipo de pedagogía explicativa?
La estafa de Bolonia
Carlos Fernández Liria
El proceso de Bolonia y su "revolución pedagógica" no es más que la tapadera de lo que se decidió en la OMC en el marco del Acuerdo General del Comercio de Servicios (GATS): una reconversión de la Universidad que desvía el dinero público de la educación superior hacia la empresa privada. La receta es simple: la financiación pública de la docencia y la investigación se condiciona a la previa obtención de financiación privada.
De este modo, las empresas absorben dinero público para sus propios fines, al tiempo que se hacen con un ejército de becarios pagados con los impuestos.Al tiempo, se somete la Universidad a una evaluación permanente de su calidad, por medio de agencias (ANECA, etc) que miden su adecuación a lo que se llama "demandas sociales" (que no son obviamente más que demandas empresariales, pues es absurdo pensar que la Universidad va a conseguir financiación externa mediante colectas parroquiales).
Todo ello, se pretende, ha de servir para dar salida laboral a los egresados. Es un experimento suicida. Una vez que se ha dado por inevitable un mercado laboral basura, se pide flexibilidad a la enseñanza superior para crear una Universidad basura. Mientras tanto, las universidades privadas ya se encargarán de formar a precio de oro las elites profesionales del mundo empresarial. Lo más patético es que esta mercantilización de la educación superior se consolida justo en el momento en que el mercado ha conducido a la economía mundial a un abismo insondable.
El mercado no ha sabido gestionar ni las finanzas, pero se pretende que decidirá sabiamente los planes de estudio de Física o de Filología. No ha sabido ni administrar los bancos, pero se supone que hará justicia respecto a las prioridades humanas de la investigación farmacéutica.
La lógica es siempre la misma: poner el dinero público en manos privadas, un atraco en toda regla que a nivel global nos está costando miles de millones de euros. Y lo peor es aguantar a los pedagogos cantando las excelencias de la futura universidad basura. Aunque es verdad que no lo hacen gratis: a cambio de sus servicios propagandísticos, se les ha encomendado un Master de Formación del Profesorado que a la larga quintuplicará su plantilla laboral. Una tentación corporativista a la que no van a renunciar.
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